- Ramón, he recibido carta –grité nada más abrir la puerta de entrada a casa.
- ¿De quién? –me contestó desde la cocina- De mi hijo Vicente. ¡Ummm..., qué bien huele a pollo asado! -dije yendo hacia él-. ¿Has visto qué rápido ha contestado? No se parece a su hermano que vive aquí cerca y no se molesta ni en venir a visitarme...
- Pues, ve tú a verle.
- No pienso ir más veces a verle. Cada vez que voy a su casa vuelvo con un disgusto tan grande que necesito tres días o más para quitarlo.
- Entonces, no te quejes de que no te visita... ¡Anda! Abre la carta. A ver qué nos cuenta. Lee.
Destrocé el sobre para sacar la carta y, por poco, rompo una foto que cayó al suelo. Era mi nieta. ¡Que rica! ¡Está para comérsela! Le enseñé la foto a Ramón
- ¿A qué se parece a mí?
- Sí, cejitas mías, tiene las cejas tan blancas, tan iguales a las tuyas que parecéis gemelas...
- ¡Mírale, qué graciosillo!
- ¡Anda, anda! No te enrolles y empieza a leer.
Querida madre,
Estrella que luce con luz propia, eres una auténtica caja de sorpresas, ¿lo sabías? Si pretendías sorprendernos a Merche y a mí con tu inesperada carta, tengo que decirte que lo has conseguido.
Te escribo sentado al volante del autobús en la parada del final de trayecto ya que, a estas horas de la mañana, debido al poco tráfico y pocos pasajeros, hago el recorrido de la línea rápidamente y dispongo de unos minutos para responderte. Espero que llegue la carta antes de que dejes Valencia ya que, no sé si por olvido o intencionadamente, no me pusiste en la carta la dirección de ese lugar de fantasía que parece te ha prometido tu amigo Ramón.
¡Cuánto cambio de vida, madre! ¡Y de carácter! Tan resuelta, tan decidida..., ahora. Echo la vista atrás, a los tiempos en que, junto a papá, sacabas adelante la tienda de ultramarinos y nos criabas a tus hijos... Lo hacías de forma callada, sumisa, con buen gesto, como si disfrutaras con todo lo que hacías. Y eso que el mal genio que a veces sacaba papá era como para intimidar y acabar con la paciencia de cualquiera.
Con tus cincuenta y pico años superaste un cáncer de mama, tuviste que cerrar la tienda porque los centros comerciales se llevaron toda la clientela, te enfrentaste al cáncer de pulmón de papá... Luego, tu depresión, la pequeña pensión de la Seguridad Social que apenas te servía para pagar la luz y poco más y, de pronto, aparece en tu vida Ramón. Ese que era tu vecino y nunca hasta ese momento te habías fijado en él. Parece de película. Pero, por lo visto, él sí que se había fijado en ti y te seguía los pasos, no? Él fue quién te informó del puesto vacante como vendedora ambulante. Te compraste un motocarro y, ¡ala!, a vender pijamas por los mercados.
Y cuando ya creíamos que tu vida iba a seguir por esos derroteros hasta que te llegara la fecha de la jubilación, das una vuelta de tuerca más y... nos sorprendes con la noticia de que tienes pareja y que te vas a vivir con él. Abandonas Valencia, tu querida Valencia, para ir con Ramón a su casa lejos de la ciudad. No nos dices a donde vas exactamente. Porque eso que nos dices de que “iremos sobre el lomo de un caballo blanco hasta el Castillo de Abuelolandia”, es una forma de hablar, ¿no? Cuando estés instalada, llámanos por teléfono o escríbenos para darnos tu nueva dirección.
No sabes cuanto te admiro y me alegra tu valentía, mamá. Nunca dudé de tu capacidad para salir adelante desde la muerte de papá. De lo contrario, nunca me habría alejado de ti. No te habría dejado sola. En vez de ser yo quién vino a Bilbao, hubiera tenido que ser Merche, si me quería, quién habría que tenido que ir a Valencia. Eres una madre “cañón”. Mientras otras viudas, a tu edad, tiran la toalla y se quedan entre antidepresivos e hijos que las llevan y las traen de casa al médico y del médico a casa, tu comienzas una nueva vida. No sabes cómo te alaba Merche, sobretodo cuando está con su madre. La pobre cada día está más deprimida, quejándose de que nadie la hace caso y amenazando constantemente con que cualquier día hará una locura. Cuando Merche vuelve a casa después de pasar la tarde con su madre, siempre me repite la misma cantinela:”Vaya suerte que has tenido con tu madre”.
Por lo demás, por aquí todo sigue igual salvo lo de ETA. Cuando ya nos habíamos acostumbrado a caminar sin la espada de Damocles de los atentados terroristas, nos ha caído un jarro de agua fría con la explosión de la furgoneta en el parking del aeropuerto de Madrid. Aunque he de confesarte que, desgraciadamente, lo esperábamos.
¿Te acuerdas del autobús que quemaron hace días en Santuchu? ¿Recuerdas que asustada me llamaste enseguida por teléfono para saber si me había pasado algo y te dije que fue a otro compañero al que le pilló? Menudo susto pasó el hombre, enfrentado a aquellos críos con pañuelos en la cara, cócteles molotov en las manos y mucho odio en los ojos. Al día siguiente, en cocheras me lo contó. Y al terminar me dijo: “Esos no van a tardar mucho en asesinar a alguien”.
Y así ha sido. El día del atentado, los pasajeros que subían al autobús parecía que iban de funeral. Con el gesto de la cara contraído, silenciosos, cabizbajos y tal vez un poco avergonzados de tanto dar la nota los vascos. Cuarenta años de terrorismo son ya muchos años. Por lo menos eso me parece a mí que llevo viviendo aquí pocos años y sin embargo tengo la sensación de llevar toda la vida soportándolo. ¿Sabes? Esa mañana, una niebla de tristeza se cernió sobre Bilbao y todavía, al día de hoy, no se ha disipado.
Merche te manda recuerdos. Pregunta qué cuando vendrás a visitarnos. Y la niña está muy grande ya. Dice “pa-pa” y le encantan los bombones Ferrero Roché. Ayer, mientras la madre comía un par de ellos, la niña se echó a por ellos de forma compulsiva, y, al no dejarle salirse con la suya, lloró llena de rabia. ¡Con sólo ocho meses que tiene! Fue muy gracioso verla. Te mando una foto para que te hagas una idea de cómo está.
¡¡Uuuyyy!! Se me ha pasado el tiempo volando. Ya voy con retraso...
Lo dicho, mamá. Me alegro de que tengas pareja. Mándanos una carta con tu nueva dirección. Sé feliz. Y no te preocupes por mi, los chóferes de autobús no somos objetivo de ETA.
Un abrazo muy fuerte de Merche, Saray y mío. Vicente.