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Centro de Estética

Centro de Estética

Hace dos semanas la hija de Pepa, mi vecina del segundo, inauguró un centro de estética. Desde que  conozco a la madre siempre la vi descuidada en su aspecto.  Se dejó engordar, el pelo lo llevaba desgreñado y vestía chándal hasta para ir a Misa.  Pues bien, ahora se hace tratamientos de belleza, se pinta las uñas de las manos y de los pies y no le cabe en la cabeza que haya mujeres que podamos salir de casa con la cara lavada y las uñas sin pintar.

Esta tarde me la encontré en la escalera cuando volvía a casa vestida con mono azul de trabajo y las manos manchadas de grasa y polvo.  Acababa de arreglar mi motocarro. Estuve a punto de darme la vuelta.  Pero ya me había visto.

- Estrella, tienes que probar las cremas de mi hija. Mira qué cambio. Es como si hubiera rejuvenecido veinte años.- Mientras lo decía, gesticuló mucho con sus manos ante mis narices para que me fijara en sus largas uñas de color fucsia, cortadas a machetazos.- A tu cara le falta luz... -siguió diciendo.

-  Y le sobra polvo y grasa,  - contesté. 

-   ¡Oh, Estrella!  Tiene mi hija un tratamiento ligting-firmeza efecto botox que te daría la textura y humedad que necesita tu piel. Te vendría fenomenal. 

Lo dijo de seguido, sin titubear.  Me pregunto cuantas horas habrá estado diciendo esa frase antes de aprendérsela.  ¿No sé dará cuenta de que parecer más joven no entra dentro de mis planes?   Pero, no, no se daba cuenta.

- Verás como Ramón cae rendido a tus pies. - me soltó a bocajarro. Sin venir a cuento... Me dejó seca. ¿Qué pensará ella de mi relación con Ramón? Un buen vecino que, al morir mi marido, me ayudó a encontrar trabajo, a comprar mi motocarro,... que me enseñó a arreglarlo. Fue mi salvador en aquellos meses de aturdimiento y de estrecheces económicas, pero nada más.

- ¡Pepa...!.- exclamé en un tono entre de vergüenza y de reproche.- Qué cosas tienes...

- Toma esta invitación. Aprovéchala.  Es gratis. -No escuchaba.

- ¿Para qué?

- Para hacerte una limpieza de cutis. Fíjate en las cremas con botox. Dile a mi hija que te dé unas muestras para que las pruebes. Verás, verás... ¡qué éxito! -dijo guiñando el ojo, entre risas, antes de desaparecer por el portal.

Estrella, Cejasblancas

Estrella, Cejasblancas

Creo que eso fue lo que lo mató.  Aferrarse a aquella tienda de ultramarinos era, para él, como aferrarse a un bote salvavidas.  No sabía de la existencia de Abuelolandia, ni yo tampoco en aquel momento.  Total que le obligamos a abandonar la tienda que nos llenaba de deudas, y, al abandonarla, se abonó a sí mismo.  Entonces fue cuando el cáncer aprovechó para brotar en su pulmón y extenderse hasta matarlo.  Ese insensato y estúpido cáncer no sabía que al matar a mi marido, moriría con él.

Mi Pedro.  Si me vieras ahora, con las canas que me han salido, no me reconocerías.  Cuando me abandonaste me cayeron de repente tantos años que pasé a verme como mi abuela.  Me puse de luto, dejé de teñirme las canas y de cortarme el pelo que me enrollé en un moño bajo.  Eso sí, nada de ponerme la porquería de brillantina que se ponía mi abuela en el pelo.  Si me hubieras visto no te gustaría nada.  Mis ojos negros de saltimbanqui que tan encandilado te tenían, se volvieron inexpresivos; mis cejas se encanecieron por completo.  Perdí todo estímulo para vivir.  

Hasta que un día sonó el timbre de la puerta.  No tenía intención de abrir, pero algún resorte hizo que me levantara de la butaca, la misma butaca en que tú te sentabas.  Ahora la uso yo.  Era Ramón, nuestro vecino del tercero, ¿te acuerdas?  Sí, el vendedor ambulante de ropa de cama.

 

-         Ha quedado  libre un puesto de venta de pijamas del Mercado Ambulante, ¿te interesa? - me dijo.

 

¿Qué pregunta?  ¿Cómo no iba a interesarme, acostumbrada como estoy al trabajo y a la gente?   Y ya ves, aquí estoy en el Mercado de los miércoles de nuestro barrio, vendiendo pijamas.  Entre esto y la pensión de viuda puedo llegar a fin de mes.

Ahora conduzco un motocarro blanco. No hace falta carné de conducir y se conduce como una motocicleta.  Lo utilizo para transportar la mercancía pero, además, tengo otros planes para con él: viajar, conocer mundo...  ¡Qué gracia!  Ese carromato y el puesto en el Mercado me ha vuelto a dar la vida.  Soy una mujer nueva.    ¿Sabes lo que te digo?  Este verano pienso ir a Burgos, siempre quise ver el Papamoscas.

 

-         ¿Tiene la talla mediana de este pijama? .- me sacó de mi ensoñación una posible clienta.  Llevaba pañuelo negro y sombrero en la cabeza,  y sus ojos, sin pestañas, estaban hinchados y enrojecidos. 

  

Antes de contestarle, recordé mis tiempos de pañuelo y gorro en la cabeza y mis sesiones de quimioterapia.  Me acostumbré al gorro y ahora lo llevo siempre. 

 

-         En ese color no me queda pero lo tienes en verde y beige.- le contesté con la voz más dulce de la que fui capaz.