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Las caballerizas

Las caballerizas

 

Las caballerizas en la Fonda de Avelino eran una prueba evidente de que el viaje en coche había terminado. 

Por la mañana, me levanté con nervios en el estómago.  Ramón, en cambio, cantaba en la ducha "La donna in movile".  El nuevo trance al que me enfrentaba era difícil de asumir.  Viajar sobre el lomo de un mulo -aunque fuera manso-, montaña arriba y montaña abajo  y guardar el equilibrio sin caer, no iba a ser coser y cantar.  Y eso en el mejor de los casos porque también podría llover y no encontrar nada mejor para protegernos de la lluvia que un árbol.

Después de desayunar, cogimos nuestro equipaje y  salimos a la calle junto a Avelino, el dueño de la fonda.  Amanecía.  Entre la niebla se divisaban los restos de lo que fueron una docena de casas convertidas en ruina.  Un pueblo más de tantos pueblos abandonados en Castilla del que Avelino se había hecho el dueño. El único edificio que se mantenía en pie era la fonda y las caballerizas que se extendían hacia una enorme pradera verde. Caballos, yeguas y mulas esparcidos por el prado, se acercaban al trote a la entrada donde un criado repartía la hierba seca de un fardo.

Nos adentramos en la cuadra junto a Avelino. 

-         Aquí está Valerio. -Señaló la caballeriza número 4.- Espléndido, eh?  El preferido de Julio.  No hay otro caballo que el criado mime más que a éste.

Era un caballo blanco que rumiaba hierba en aquel momento.  "El caballo del que tanto me habló Ramón", pensé.  Su cara afilada me pareció guapa. Ojos negros que derrochaban la viveza y alegría propia de su juventud. ¡Qué gracia! Sus cejas también eran blancas. Y las crines se volvían doradas en las puntas, lo que le daba un aire mágico.  Ramón se abrazó, y Valerio, dando saltos con las patas traseras, relinchaba de contento.   Lo acarició repetidas veces antes de abrir la puerta para sacarlo de allí.

-         ¡Julio! -llamó Avelino a su palafrenero-.  Ayúdame con las mulas. Saca la mula rubia y le pones los cestos para llevar la carga.  Ya sabes, la número 10.  Colócale los cestos.  Metes, a un lado, el equipaje y, al otro, las bolsas de comida.

Avelino se adentró hasta el fondo de las caballerizas y sacó un mulo negro.  Lo vi venir por el pasillo hacia donde estaba yo, junto a la puerta exterior.  Me pareció que me miraba con ojos asustadizos.  ¡El pobre!  Como si supiera que le había tocado en suerte una pésima y pesada amazona.  Cuando le tuve ante mí pude ver su pelo.  Nada que ver con el de Valerio.  Opaco, ralo y, en la frente y la grupa, cerca del nacimiento del rabo, tenía el pelo arrancado a tirones.  Lucia negras calvas con costras.  Paticorto y...  ¿zambo?  ¡Ay, madre mía!, me estremecí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, quería salirse por mi garganta. 

- Este es el mulo que he seleccionado para usted.  Se llama Mego. -Me dijo Avelino.-  Le puse ese nombre por lo manso que es,  -extendió el brazo con las riendas hacia mí.-  Aunque no resulte lucido a la vista es una joya de jamelgo.  En más de una ocasión, le sacará de algún problema imprevisto de los muchos que esconde la montaña.

Avelino me ofreció las bridas que, por supuesto,  no cogí.  ¿Cómo iba a hacerme cargo de aquel animal, así, de repente?   ¿Ramón?  ¿Dónde estaba?  ¿Qué hacía?   Le busqué, angustiada, con la mirada.  Allí estaba, junto a su caballo, como era de esperar.  Revisaba los cascos y herraduras.  Era evidente que se había olvidado por completo de mí.  Y yo, abandonada en un trance tan difícil, estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. 

-         ¡Ramón! -chillé.

-         Tranquilícese, señora -me dijo Avelino-, nunca le pasó nada a quien montó este animal.  Aunque le azuce las nalgas con  palos o le salga al camino un rebeco o un oso, no cambiará su suave trotecillo por ello. Y también será rápido cuando tenga que serlo. Tener años no está reñido con la rapidez.  Se lo aseguro, señora, y la prueba la tiene en Ramón, del que nadie sabe los años que tiene.  Le conozco desde hace un montón de ellos y siempre está igual.

-         Mi cejitas, -Vino Ramón a mí y me apretó contra sí-.  No te pasará nada, ya verás. Yo te ayudaré a montar.  Es muy sencillo.  Será más fácil que llevar las riendas del mulo cuando, de niña, te deslizabas sobre el trillo para desgranar el trigo en la era.  ¿Recuerdas?  Tu me lo contaste.  Dijiste que era uno de tus recuerdos más felices.  De pie, dabas vueltas en la era con las riendas del caballo entre las manos y dando gritos de alegría.  ¿O no era así?

-         Sí.  Pero aquello ocurrió hace muchos años.  Era una niña delgada y ágil.  Mírame ahora...  ¡Oh, Díos mío!  Jamás monté caballo, ni  mulo, ni asno, ni nada que se le parezca. En qué lío me he metido por hacerte caso.  Con lo bien que estaba en Valencia con mi puesto ambulante y mi motocarro.  Si es que me tienes hipnotizada...  Tiene que ser eso, me tienes hipnotizada.  Si no fuera así, ¿cómo iba yo a embarcarme en semejante aventura?

-         Estrella, sé que puedes hacerlo.  Nunca te hubiera metido en algo así si no supiera que eres una Cejasblancas. ¿Sabes lo que significa ser una cejasblancas? -Me apretaba con energía los brazos al tiempo que me hablaba con infinita ternura.

El criado esperaba con las riendas de la mula rubia a la que había acoplado un cesto a cada lado con el equipaje y los alimentos para el viaje. Avelino, que sujetaba las riendas de Mego, mostraba su nerviosismo e impaciencia al ver que nuestra conversación se alargaba sin fin.  El mulo se fue acercando a mí, me husmeaba.  ¡Ay!  Me lamió la mano.  La retiré con rapidez y eché un paso atrás.

-         Sólo quiere ser tu amigo, -me dijo Avelino-.  Creo que le caes bien.  Mientras habláis lo ataré a la anilla junto a la ventana, tengo que seguir con la faena.  Julio ata la mula y ve a limpiar las caballerizas.

Se fue con el animal y yo me quedé a mis anchas frente a Ramón.  Necesitaba vaciarme de toda la ansiedad que la situación, tan nueva para una mujer de ciudad como yo, me había creado.

-         ¿Qué?  ¿Qué significa ser una cejasblancas y vivir en un castillo? ¿Tal vez que, a mis casi sesenta años, volveré a vivir en los bosques a la intemperie como se vivía en la Edad Media?  ¿Es eso? -repliqué a Ramón.-  Porque entonces a lo mejor no quiero formar parte de ese grupo tan privilegiado.

-          No.  No se trata de volver a la Edad Media.  Se trata de hacer que la vida de los viejos, acorralados por la miseria y la enfermedad, sea más agradable.  A eso está dedicado el Castillo de Abuelolandia y la Asociación Cejasblancas.  Y tú eres una de los nuestros.  Lo sé. Tengo buen olfato para detectarlos y, mírate al espejo, tus cejas espesas y blancas, te delatan. 

-         ¿Mis cejas? ¿Esa es la prueba?  No me hagas reír.

-         No te pongas tan mordaz, Estrella.  Te  he confesado mi amor un montón de veces y, desde luego, no fueron las cejas las que me enamoraron de ti, si es eso lo que quieres oír. Sabes que son otras cosas. Como tu alegría, tu espíritu luchador, tu bondad, la viveza de esos ojos que bailan dentro de los párpados...

 Era de día.  La niebla se desvanecía dejando ver las nubes en el cielo y la montaña frente a la fonda.  Los pájaros se acercaban, con gran alborozo de trinos, para comer las migas de pan que Avelino les echaba.  Respiré hondo varias veces antes de contestar a Ramón.  Debía relajar mi tensión.

-         Dices que puedo ayudar en el castillo pero, la verdad, no sé cómo.  ¿Qué puedo hacer  para ayudar? 

-         Lo que hacemos los demás.  Salir al camino, a los pueblos, las plazas, los mercados, y detectar viejos solos y necesitados, averiguar en qué punto se torció su vida, qué lo motivó.  Conocer su sueño inalcanzado, su destreza enterrada en las catacumbas de su inconsciente, para: primero, sacárselo a flote; y después, crearle un espacio agradable donde poder disfrutar de aquello que, en su momento, no pudo ser.

-         Pero, eso es imposible para mí.  No podré hacerlo.  Ni siquiera puedo imaginar cómo lo puedes hacer tú.

-         No es fácil.  Todo tiene su técnica.  Pero en cuanto estés en el Castillo de Abuelolandia y Lendo te explique todo lo que se hace allí y te familiarices con ello, lo entenderás

-         No sé.  No lo tengo tan claro.  Pero, bueno,... ya habrá tiempo de verlo.  De momento, tengo la sensación de que me hablas de ciencia ficción.

-         Confía en mí. Estamos perdiendo un tiempo precioso.  Lendo lleva demasiado tiempo a cargo del castillo y la asociación.  Estará desbordado, por mucho que le ayude Olga...

-         ¿Olga?  ¿Quién es Olga?  Nunca me hablaste de ella.

Te hablaré por el camino.  Se hace tarde, hemos perdido un tiempo precioso. Te ayudaré a montar en el mulo. - Fue a por él.- Ven, toma las riendas.  Así..., que queden flojas.  Ahora, pon el pie izquierdo en este estribo.  Muy bien.  Carga tu peso en él..., levanta el cuerpo..., pasa la pierna derecha al otro lado..., apoya el culo sobre la silla y mete el pie derecho en el estribo.  Muy bien.  ¿Ves?  Ya está. ¿Te encuentras cómoda?

Con mucha paciencia e infinita dulzura, durante diez minutos Ramón me explicó las cuatro reglas que hay que saber para manejar un animal así.  No me pareció muy distinto a manejar la motocarro por la ciudad, con todo el tráfico de vehículos y peligros que encierra.  Y, además, desgranar trigo sobre el trillo tirado por la mula, también me sirvió de experiencia.

Ramón cogió las riendas de la mula rubia y la ató a la silla de su caballo.  Luego se montó.

-         ¡Adelante! -dijo.

Golpeé con mis botas suavemente en la tripa de Mego, como me dijo Ramón que hiciera, al tiempo que dije: "arre, arre". 

El animal se puso en movimiento.  Aquello funcionaba.  Me coloqué por delante de mi querido cejotas que miré con los ojos más bizcos de amor que jamás se hayan visto antes.  Le admiré como un hombre muy especial.  Era un tipo de hombre que, en mis 58 años de existencia, nunca antes había conocido. 

Cogimos dirección a la montaña por un sendero con matojos a ambos lados. Cada paso que daba, sentada sobre aquel manso animal, me serenaba un poco, y pensé que Ramón tenía razón, que no era para tanto, ni tan complicado. 

3 comentarios

marioldfdsiwsd -

nadawwe

Ella y su orgía -

Qué bueno saber que sigues peleando en esto de la escritura, que continúas guerreando en la blogosfera.

Besos orgiásticos.

El Enigma -

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